NUESTRO DON AMABLE…
Tan sólo el eco de la gloria que
Los hombres dejan tras de sí
Revela por boca de poetas y escritores
La auténtica existencia
de quienes ya se fueron
Píndaro,
I Pítica.Se ha hablado mucho estos últimos días de Don Amable, el sacerdote, el hombre elegido que
ejerció el servicio a Dios en diversos lugares de la geografía española y en especial en La
Bañeza, como coadjutor en la parroquia de Santa María. No obstante, no se ha hablado tanto
de ese
otro Don Amable, Teté, una de las primeras palabras que salieron de la boca de mimadre y como a los demás sobrinos nos gustaba llamarle; así figura mucho más familiar para
nosotros. Tras su apariencia impermeable y costumbres austeras, se escondía un hombre
amable
, reservado, pero siempre presto a ayudar y porqué no, a sacar de algún lío a algúnsobrino. Aristóteles consideraba que en el punto medio se encontraba la virtud, y él, sin duda,
siempre estaba en ese lugar, templando y solucionando estoicamente todo aquello o aquellos
que necesitaran un remedio.
Él siempre solía decir “lo que hace tu mano derecha, que no lo sepa la izquierda”, y así,
poquito a poquito, solucionaba los problemas que iban surgiendo, en silencio… Defensor de
su familia, casi padre y abuelo para nosotros, no dudó en seguir adelante con la cabeza bien
alta y la voluntad férrea cuando las cosas se pusieron feas, dándonos su apoyo incondicional,
aún a sabiendas de que no sería del agrado de todo el mundo. Pero así lo hizo porque,
queremos recordar, antes que y además de sacerdote era un buen hombre, y la sensatez era
una de sus máximas virtudes.
Así, al mismo tiempo que cuidaba a sus feligreses cuidaba también a su familia: a su hermana
Pepita, con quien vivió sus largos años de vida; nos gustaba verlos juntos. Ella era quizá su ojito
derecho, tanto que, menos de un año después de su muerte, él ha decidido seguirla. Nosotros
ya podemos imaginarlos a los dos, en algún lugar, charlando y quizá cantando alguna canción
gallega de juventud… Así mismo, cuidó y templó a Amancio, su cuñado, quién, desde el
Alzheimer, intenta recordarle… Después vinieron los sobrinos, a los que siempre dio lo mejor
que pudo, convirtiéndose, así, en un segundo padre. Tras éstos, llegamos los sobrinos nietos,
los que conocimos a un
Teté ya entrado en años pero con la misma ilusión de siempre y unavitalidad que, si se nos permite, nosotros atribuíamos al vino de misa…
Silencioso y nunca excesivo, su presencia en casa se hacía notar por el ruido de las teclas de la
vieja máquina de escribir, cada año un poco más débil y cansado, como sus pulsaciones… Era
kantiano en sus costumbres y tenía un alto sentido de la responsabilidad y del deber. Incluso
en sus últimos años, ya aliviado de ese deber, no dejó de acercarse diariamente a la parroquia,
a su parroquia, por si alguien pudiera allí necesitarle.
Y así, día tras día, llegó el último, que él vivió de la misma manera que el resto de su vida;
tranquilo, confiado, sin ningún dramatismo y alegrándose de nuestros éxitos. Ese último día le
dije que me habían concedido un premio. Ya no podía hablar pero con su mirada me dijo que
lo había comprendido.
En silencio…
Quizá no fuimos los mejores sobrinos del mundo, pero él, nos consta, estaba orgulloso de
nosotros. Y nosotros de él.
(escrito para el Adelanto Bañezano, Diana Rodríguez Pérez)